Agroecología en Cuba. La otra revolución de Cuba.
Carmelo Ruiz-Marrero
“Durante los años más difíciles del Período Especial, nuestros
campesinos e investigadores de la ciencia agrícola descubrieron
incontables soluciones creativas. Había un objetivo y una prioridad:
recuperar nuestros sistemas agrícolas y producir lo que sea necesario
para alimentarnos. Sin embargo, necesitábamos conceptos integradores y
de modelos para los cambios que eran indispensables, y los encontramos
en la agroecología. [/I]- [B]Orlando Lugo-Fonte[/B], Presidente de la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños de Cuba
Cuba es el país que ha dado los mayores pasos, y en el menor tiempo,
para pasar de la producción agrícola-industrial convencional al cultivo
orgánico. Este logro ha sido celebrado y demostrado por numerosos
expertos y observadores, incluyendo el experto en reforma agraria Peter
Rosset y el agroecologista Miguel Altieri, organizaciones académicas
como la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y
ONGs como Food First y Worldwatch Institute, y han sido objeto de un
documental del año 2006, titulado El poder de la comunidad: cómo Cuba
sobrevivió al pico del petróleo.
El país se encontraba en una situación muy crítica e inusual a
principios de la década de 1990. Con la implosión de la Unión Soviética,
los subsidios que Cuba recibía en forma de alimentos e insumos
agrícolas cesaron de la noche a la mañana, lo que provocó una crisis sin
precedentes. Con la ley Torricelli y la Helms-Burton, aprobadas en 1992
y 1996 respectivamente, el embargo norteamericano apretó su nudo
alrededor de la economía cubana, empeorando así una situación ya
difícil. Pero la nación isleña del Caribe se mantuvo por medio de una
transformación exitosa de su agricultura, pasando a una producción
agroecológica basada principalmente en pequeñas granjas familiares.
En marzo, en la ciudad colombiana de Medellín, tuve la oportunidad de
pasar un tiempo con los profesores cubanos Fernando Funes y Luis
Vázquez, ambos científicos reconocidos internacionalmente y miembros del
claustro del programa de doctorados de SOCLA. Entre largos paseos por
el centro de la ciudad y bebiendo cerveza en el barrio de Pilarica,
hablamos mucho acerca de los retos de la agricultura, la ecología y el
socialismo. Este artículo está basado en esas conversaciones y en
escritos publicados por Funes y otros autores.
Funes dice que después de la retirada del apoyo soviético, “la
crítica situación creada en la agricultura cubana propició la
transformación de la estructura agraria y el alcance de una nueva
dimensión tecnológica, económica, ecológica y social, con el objetivo de
alcanzar la seguridad alimentaria con nuevos métodos y estrategias”.
Pero antes de buscar aplicar la experiencia cubana a otros países y
contextos, es necesario considerar las circunstancias singulares y
extraordinarias del país. La revolución de 1959 y la subsiguiente
reforma agraria generalizada fueron hechos singulares que sucedieron en
la historia latinoamericana: la clase latifundista fue derrotada,
desarraigada y expulsada. La riqueza y la tierra del país fueron
redistribuidas y, como resultado, el acceso a la tierra no es un
problema y todos los agricultores del país disfrutan de educación y
atención médica de primer nivel.
Las élites latinoamericanas propietarias de la tierra, apoyadas por
la contrainsurgencia asesina de EE.UU., no han escatimado recursos, sean
ellos financieros, ideológicos o militares, para evitar otra revolución
al estilo de la cubana en el Hemisferio Occidental.
Sin embargo, muchas de las lecciones de Cuba pueden aprenderse y
aplicarse en otros países. Uno de los elementos clave en el éxito de la
agroecología y la soberanía alimentaria en Cuba ha sido el apoyo del
estado. La experiencia cubana demuestra que una transición exitosa de la
agroecología requiere de una importante participación del sector
público. La revolución orgánica del país contradice la imagen común del
gobierno de Cuba como burocratizado y carente de creatividad o
imaginación. Si el estado cubano fuera tan inflexible e ineficiente como
los desdeñosos críticos de la revolución lo presentan, no hubiera
tomado las medidas adecuadas y de manera tan rápida y decisiva para
evitar una fatal crisis alimentaria.
Entre los pasos concretos tomados por el gobierno está la creación de
276 centros para la reproducción de entomófagos y entomopatógenos)
organismos que son enemigos naturales de las plagas), un Programa
Nacional de Agricultura Urbana con 26 subprogramas que abarcan la
producción de hortalizas, plantas medicinales, condimentos, granos,
frutas y crianza de animales (gallinas, conejos, ovejas, cabras, cerdos,
abejas y peces) que son desarrollado en todo el país, y un programa
para la promoción de la agricultura ecológica en el seno de la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
Funes explicó las líneas fundamentales de esta revolución agrícola
ecológica: “Estos avances fueron desde el uso de biopesticidas y
controles biológicos, hasta diferentes aplicaciones de biofertilizantes,
compost, humus de lombriz, biosuelos, tracción animal, etc. a gran
escala y de manera rápida”. Las técnicas exploradas y desarrolladas
también incluyeron el policultivo, rotación, uso inteligente de
leguminosas que fijan el nitrógeno y una gran variedad de soluciones
ecológicas para problemas de plagas y malas hierbas. Junto con la
innovación llegó también el pleno reconocimiento de tradiciones antiguas
de gran relevancia y utilidad. Dice Funes de la recuperación de la
crisis por parte del sector campesino cubano:
“Una mezcla de prácticas tradicionales de cultivo y fertilización
orgánica comunes en el campo cubano, traídas de Europa hace siglos por
inmigrantes españoles, y apropiadas estrategias para el manejo del
clima, fases de la luna y muchas veces hasta creencias religiosas y
dichos insertados en la sabiduría campesina, sin duda permiten a este
sector ser el que demostró una recuperación más convincente–y en el
menor tiempo– a la crisis de los insumos”.
Pero la acción del estado por sí sola, aunque necesaria, no es
suficiente para llevar adelante la agroecología. Esto ha sido demostrado
en Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde gobiernos progresistas
orientados por los ideales bolivarianos antiimperialistas están
totalmente a favor de la soberanía alimentaria y han hecho de ellos una
política estatal oficial. Estos gobiernos emitieron directivas al efecto
a universidades públicas y ministerios de Agricultura, pero nada
sucedió. Burócratas, agrónomos y expertos académicos, criados y formados
en el modelo de revolución verde de la agricultura industrial
mecanizada de amplio uso de productos químicos, al estilo de EE.UU.,
sencillamente ignoraron los dictados de las altas esferas y continuaron
haciendo lo que siempre habían hecho: promover monocultivos y pesticidas
mientras ignoran las nuevas prácticas agrícolas y discursos que se
originaron de la ecología y las movilizaciones de base.
No hay que decir que no se logró nada ahí. La región de los Andes es
uno de los caldos de cultivo del mundo basados en la innovación
agroecológica, y Venezuela es sede del Instituto Latinoamericano Paulo
Freyre de Agroecología (IALA). Pero la resistencia burocrática
proveniente de los niveles medios del gobierno ha coartado el potencial
para una transformación verdaderamente profunda de la agricultura. Los
logros de estos tres países sudamericanos no son nada en comparación con
los de Cuba. ¿Cómo pudo hacerlo Cuba?
Cuba impidió que su revolución agroecológica orgánica sufriera la
muerte burocrática gracias a una combinación de descentralización y
modelos participativos. Empresas estatales se fragmentaron en Unidades
Básicas de Producción Cooperativas (UBPC). Según Funes, esto ha dado a
los agricultores el sentimiento liberador de ser propietarios de la
tierra que trabajan al darles un protagonismo real en los procesos de la
toma de decisiones. La palabra que usa es autogestión, una palabra
latinoamericana que describe procesos de autoadministración y autonomía
individual aumentada a escala de pequeñas empresas.
Uno de los sellos distintivos de la revolución agroecológica de Cuba
es el desarrollo de metodologías participativas innovadoras y noveles en
la investigación agrícola con procesos horizontales de discusión,
validación y adaptación de nuevas ideas y propuestas. Estas
metodologías, que deben mucho a la Pedagogía del oprimido de Paulo
Freyre, se conocen colectivamente como de campesino a campesino. Nacido
en la región mesoamericana en la década de 1970, el método de campesino a
campesino (CAC) ha revolucionado la agricultura ecológica en toda
Latinoamérica y se está extendiendo por todo el mundo. Su extraordinaria
historia se cuenta en el libro Campesino a campesino: voces del
movimiento entre agricultores de Latinoamérica para la agricultura
sostenible del director de Food First Eric Holt-Giménez.
Según el reciente libro Revolución agroecológica en Cuba, por Peter
Rosset et al., “el CAC es una metodología energizante, coloca al
campesino y a su familia como protagonistas de su propio destino, a
diferencia del extensionismo clásico –estático y desmovilizador de la
base campesina–, basada en el técnico como transmisor del conocimiento…
está basada en la transmisión horizontal y la construcción colectiva del
conocimiento, prácticas y métodos. En otras palabras, trata de
incorporar la tradición e innovación campesinas a fin de agregarlas a
los resultados de la investigación científica en agroecología”. Según
Rosset et al., “la agroecología ha logrado en poco más de diez años lo
que el modelo convencional no ha logrado nunca en Cuba o en cualquier
otra parte: producir más con menos (moneda extranjera, insumos e
inversiones”.
Según el presidente de la ANAP Orlando Lugo Fonte, el factor más
importante en el éxito de la agroecología en Cuba es “la Revolución, que
nos dio y garantizó la propiedad de la tierra, lo cual nos desarrolló
educacional, técnica y socialmente, incluyendo los valores del
colectivismo, cooperación y solidaridad. Pero por encima de todo,
dignificó a los hombres y mujeres del campo y los hizo propietarios y
los responsabilizó con mucho más que su propia parcela. Ha hecho
conscientes a los hombres y mujeres de su responsabilidad: alimentar al
pueblo y proteger el entorno, de manera que las generaciones futuras de
cubanos también puedan comer y tener un campo limpio y saludable en el
cual vivir”.
“Gracias a toda su historia revolucionaria, que se remonta al siglo
XIX, el campesinado cubano ha acumulado muchas experiencias”, dice João
Pedro Stédile, de Brasil, uno de los líderes del Movimiento de los Sin
Tierra de su país (MST). “Además de haber pasado por la revolución
verde, ha mantenido viva la revolución de su pueblo y por cincuenta años
ha resistido contra todas las agresiones del imperialismo. Por eso, el
sector campesino es el más preparado ideológica y científicamente para
ayudar a todos los campesinos y campesinas del mundo a enfrentarse al
reto impuesto por el capital”.
Pero los observadores no deben romantizar ni idealizar la realidad
cubana. La agroecología en Cuba enfrenta serios retos y contradicciones.
El gobierno no tiene la intención de deshacerse de la agricultura
industrial tradicional y está promoviendo el desarrollo de cultivos
genéticamente modificados, algo a lo que Funes y otros agroecologistas
cubanos se han opuesto vigorosamente. Algunos en los altos niveles del
Partido Comunista consideran la agroecología como solamente una cura
temporal que se debe descartar una vez termine el Período Especial. Pero
Funes, Vázquez y muchos agricultores cubanos están convencidos de que
la agroecología es la forma de actuar hoy y será también la vía del
mañana. Según las palabras de Funes, “Hagamos ahora la agroecología, no
por necesidad, sino con la convicción de que es realmente el camino a
seguir”.
Carmelo Ruiz-Marrero es un autor puertorriqueño, educador
medioambientalista y periodista investigador. Es investigador asociado
del Instituto para la Ecología Social y director del Proyecto de Puerto
Rico para la Bioseguridad. Su dirección de Twitter es @carmeloruiz
Fuente:
http://progreso-semanal.com/ini/index.php/cuba/6974-otra-revolucion-cuba